Monday, November 14, 2005

Ya es una tristeza serena, una tristeza que se sabe transitoria, que sabe -como yo lo se- que es la estela de un gigantesco cometa que pasó.

Es la tristeza de los supervivientes de un huracan, que se diluye y se hace pequeña al ver levantarse cada ladrillo de la nueva casa en construcción y que se hace grande con el recuerdo del desastre. Que duele con el recuerdo de los tiempos felices, de antes de la desolación. Una tristeza que se aclara en la consciencia de que pronto el nuevo hogar estará construido y de que una nueva vida de escenas cotidianas está por llegar, con seguridad. Un tristeza que sabe -como yo se- que ilusiones y caras nuevas mitigarán el recuerdo de antiguos brazos, que sabe que el recuerdo de la vida pasada, siendo imborrable, se irá difuminando y dejará de ser un insoportable desasosiego para pasar a ser una muesca reseca en el corazón, una herida que ya no sangra y que no duele pero que permanece en forma de cicatriz. Una cicatriz que es el testigo que la antigua vida entrega a la que viene para que corra hacía adelante sin dejar una estela de sangre.

Es una tristeza que sólo se alimenta del recuerdo de tiempos mejores y peores. Una tristeza que engorda casi hasta estallar cuando, en cualquier momento, una oleada de imagenes antiguas la sorprende. Aunque imprevisto en su llegada y brutal en su impacto es ese su unico alimento. Una tristeza que sólo vive del recuerdo y que morirá cuando la mente olvide. Ni siquiera la lluvia ni el cielo rotundamente gris hace ya que crezca, no tolera ese alimento y por eso morirá con la distancia y con el tiempo.

Es una tristeza que ya casi no pesa por eso me deja andar aunque la lleve colgada de la espalda.

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