NecrópolisIbamos caminando en silencio por un largo camino de albero rodeado de muerte. Una ola de frío a finales de noviembre, la quietud de la muerte, la soledad del marmol y la larguísima sombra de los cipreses calaban hasta los huesos y hacían temblar nuestros labios.
Ibamos a la cola de una negra comitiva de extraños que seguian un Volvo cargado de flores y muerte. Tres acólitos con la manos apoyadas sobre el coche, erguidos y orgullosos empujándolo en su lentísima marcha, actores principales conduciendo a la protagonista bajo tierra. Como es posible que el hombre haya diseñado este diabólico espectáculo para aliviar el dolor, quien inventó esta cruel despedida, por qué no calienta el sol en el cementerio.
Algunos, pocos, lloraban, tres señoras gesticulaban contandose el último cotilleo familiar completamente ajenas al horror del escenario, los hombres se lamentaban a ratos de la pérdida, a ratos de lo mal que va el Betis esta temporada, los mas mayores miraban el coche con gesto grave, pronto serían ellos los protagonias.
En mi corazón la misma temperatura que el ambiente, quien era esa señora, por qué lo he de sentir, por qué seguimos a estos cuervos.
Por fin llegamos al final de la senda, dejamos atrás la urbanizaciones de lujo donde yacen los toreros y las buenas familias, nos desviamos de la avenida de los grandes para llegar a la bifurcación de los pobres, de los que ni siquieran descansan bajo la tierra sino empotrados en la pared. El extrarradio del Campo Santo, las afueras de Dios. En la muerte, como en la vida, el suelo esta muy caro, la horizantalidad esta por las nubes.
Descargan el volvo dos mercenarios, empotran la caja en un estrecho hueco marcado con el numero 76, los actores principales lloran, algunos se presingnan, todos callan, un albañil sepulturero coloca una loza y despues el cemento, le cierra a la muerta el ultimo acceso al mundo de los vivos y empieza la putrefacción; todo ha salido conforme a lo previsto, todo el mundo para casa. El vivo al bollo. Ni siquiera esa última imagen ha logrado mi compasión, mi corazón sigue bajo cero.
Besos de Judas a los protagonistas, breve resumen de nuestras vidas en los últimos 10 o 15 años, un par de historias en un entierro que desentierran recuerdos olvidados, reencuentro con una pequeña parte de la infancia que nunca importó, no reconocerse en unos orígenes que ni siquiera averguezan, que sólo llegan a causar indiferencia. Quien es esta gente que me besa, de qué baul han salido, por qué no hay calefacción en el cementerio.
Un gesto a mi hermano, ni un minuto más, rebusco en el bolso un cigarro y las llaves del coche, cruzamos la calle, subimos y volvemos a nuestra vida y sabemos a quien tenemos que agradecerlo.